El humano aspira a ser máquina,
busca la metamorfosis en el interior pretendiendo una continua perfección.
La máquina poco a poco crece desde dentro como crisálida, hasta que llega un punto que es incompatible con la condición humana.
Los hierros desgarran la piel, pero a su vez estos se quiebran.
Parásito y portador rompen el equilibrio de lo que nunca fue simbiótico.